¡RESUCITÓ! ¡VERDADERAMENTE HA RESUCITADO !
Hoy Domingo de
Resurrección, el Papa Francisco realizó el tradicional Mensaje Urbi et Orbi (a
la ciudad y al mundo), en el cual subrayó que la resurrección de Jesús “es la
base de nuestra fe y de nuestra esperanza” y demuestra que “el amor es más
fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto”.
“El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este:
Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios
Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En
Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal,
la verdad a la mentira, la vida a la muerte”, señaló.
A continuación, el
texto completo del mensaje del Papa Francisco en la Vigilia Pascual, gracias a
la traducción de Radio Vaticano:
¡Queridos hermanos y hermanas, Feliz Pascua!
El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia
esparcida por todo el mundo: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el
Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado... Vengan a ver el lugar donde
estaba » (Mt 28,5-6). ¡No tengan miedo! ¡El Señor ha resucitado!
Ésta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia
por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la
base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el
cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin
brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo.
El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este:
Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios
Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En
Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal,
la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Vengan a ver». En toda situación
humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es
sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí
mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida,
compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al
anciano, al excluido.
«Vengan a ver»: El amor es más fuerte, el amor da vida, el
amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor
resucitado.
Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte,
saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y
adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los
conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices.
Haznos disponibles para proteger a los indefensos,
especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a
la explotación y al abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la
epidemia de Ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que
padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la
incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua
con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto,
como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes
del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar
a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y,
muchas veces, profesar libremente su fe.
Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras,
toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.
Te suplicamos por la amada Siria: que cuantos sufren las
consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que
las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo
entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz, tan anhelada
desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso te rogamos que consueles a las víctimas de la
violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la
reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en
la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en
algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur.
Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen
hacia la reconciliación y la concordia fraterna.
Que por tu resurrección, que este año celebramos junto con
las iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e
inspires iniciativas de paz en Ucrania, para que todas las partes implicadas,
apoyadas por la Comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para
impedir la violencia y construir, con un espíritu de unidad y diálogo, el
futuro del País, que ellos, como hermanos, puedan gritar: «Christus surrexit,
venite et videte!»
¡Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú,
que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz!.
«Christus surrexit, venite et videte!».
Queridos hermanos y hermanas ¡Feliz Pascua!
Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual 2014:
El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con
el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después
del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la
encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no temáis»
(Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de
entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7).
Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino,
Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis
hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10).
Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían
dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las
certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres,
aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia
se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a
Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después
de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán».
Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo
empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la
orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los
llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22). Volver a
Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria. Releer
todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las
defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo
comienzo, de este acto supremo de amor.
También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el
comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito,
significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar
energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana.
Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en
que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino.
Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para
cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se
enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la
desesperación, una alegría buena y serena.
En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también
una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con
Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este
sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de
esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me
pidió de seguirlo; recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se
cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.
Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse:
¿Cuál es mi Galilea? ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? He
andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime
cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme
abrazar por tu misericordia.
El evangelio de Pascua es claro: es necesario volver allí,
para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No
es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir
el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los
extremos de la tierra.
«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del
Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en
camino!
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