Nuestra casa común, Honduras. - Boff


Estos días el teólogo, filósofo y humano, Leonardo Boff, escribió una reflexión que además de ser totalmente acertada para este momento de la humanidad, es muy iluminadora sobre nuestra realidad hondureña.

Sabemos bien, que los últimos 25 años hemos destruido de manera continua y sistemática, los bienes naturales de este territorio: quemas de bosques, deforestación salvaje, pérdida de la biodiversidad, destrucción de los manglares, contaminación del aire, suelo y los ríos, destrucción de los ecosistemas coralinos y terrestres. 

Todo esto sin sumarle las amenazas de las empresas extractivas en todo el territorio: minería, hidroeléctricas, parques eólicos, mono cultivos. Estas empresas destructoras y violadoras de los derechos de las personas, familias y pueblos indígenas, están protegidas por las leyes inconstitucionales, como la de minería; así por los agentes del Estado que los tienen que proteger.

La situación más grave sigue siendo la de asesinar los defensores y defensoras de derechos humanos y de los territorios con sus bienes naturales. Criminalizando y asesinando a los líderes de los pueblos indígenas y campesinos. El caso más conocido y que ya cumplió un año de su asesinato es el de Berta Cáceres, el cual sigue en la impunidad. 

Bien reflexionemos con algunos párrafos del planteamiento hecho por Boff: 

“El ser humano no se adapta a la naturaleza sino que la obliga a adaptarse a él y a sus intereses. El mayor interés, dominante desde hace siglos, se concentra en la acumulación de riqueza y de beneficios para la vida humana a partir de la explotación sistemática de los bienes y servicios naturales, y de muchos pueblos, especialmente, de los indígenas.

Los países que hegemonizan este proceso no han dado la debida importancia a los límites del sistema-Tierra. 

Va quedando cada vez más claro que la cuestión es antes ética que científica. Es decir, la calidad de nuestras relaciones con la naturaleza y con nuestra Casa Común no eran ni son adecuadas, más bien son destructivas.

Necesitamos, urgentemente, una ética regeneradora de la Tierra, que le devuelva la vitalidad vulnerada a fin de que pueda continuar regalándonos todo lo que siempre nos ha regalado. Será una ética del cuidado, de respeto a sus ritmos y de responsabilidad colectiva.

Pero no basta una ética de la Tierra. Es necesario acompañarla de una espiritualidad. Ésta hunde sus raíces en la razón cordial y sensible. De ahí nos viene la pasión por el cuidado y un compromiso serio de amor, de responsabilidad y de compasión con la Casa Común, como por otra parte viene expresado al final de la encíclica del obispo de Roma, Francisco.

Efectivamente, sólo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificada o confundida con religiosidad. La vida del espíritu es más, es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida del espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida.” (L Boff. Marzo.2017).

Retomando lo que plantea Boff, sí es necesario en Honduras, que reconsideremos un pensamiento y una práctica ética del cuidado, defensa y promoción de la vida, armonía con la naturaleza y en comunión con los pueblos indígenas; también, necesitamos los hondureños, recrear y retomar la vida desde el Espíritu, como lo dice Boff, desde una espiritualidad, que nos defina desde lo más profundo de lo humano y junto con la creación, un sentirnos hermanados, unidos y en total comunión con todos los vivientes que están en nuestro territorio. Una espiritualidad al modo de San Francisco de Asís, hermanado con todos los seres vivos y la “hermana Madre Tierra”.

El Franciscano tiene el manantial de la espiritualidad franciscana, una espiritualidad cósmica, porque se solidariza con la vida del universo, ante la vulnerable situación de la creación, y de toda criatura desprotegida. Nuestra propuesta es de escucha ante los gritos de la Creación, para caminar al lado de un pueblo excluido para ganancias de unos pocos. Esta realidad nos responsabiliza para estar atentos a nuestro espíritu y desde nuestro ser asumir la diferencia en un mundo globalizado y destructivo con la creación.

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