MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLIX
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, 1 DE ENERO DE 2016
A Dios le importa la
humanidad, Dios no la abandona…no perdamos la esperanza de que 2016 nos
encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia
y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. #1
…algunos acontecimientos
de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva
del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la
capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en
la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero
representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de
los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las
situaciones críticas. #2
En esta misma
perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a
rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y
compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de «perdonar y de
dar», de abrirse «a cuantos viven en las más contradictorias periferias
existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea», sin
caer «en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo
e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye»
Hay muchas razones para
creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad,
en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia,
preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común.
Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación
fundamental a la fraternidad y a la vida común.
Es cierto que la actitud
del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a
los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se
evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una
tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia #3.
La primera forma de
indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual
brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado.
Esto se vuelve todavía
más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la
corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos,
empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los
gobernantes»
La indiferencia se
manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante,
especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no
informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor
de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en
incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas.
Al vivir en una casa
común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, La
contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los
bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del
hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el
comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los
demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa
hacer en su propia casa.
La indiferencia ante el
prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y
despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave
desequilibrio social… Cuando
afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad,
a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a
la ganancia y al hedonismo #4.
Dicha actitud de
indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas
deplorables, premonitoras de
injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el
bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos
económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o
mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las
exigencias fundamentales de los otros.
Dios, en su Hijo Jesús,
ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la
humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad:
«el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Él no se limitaba a enseñar a
la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía
hambrienta (cf. Mc 6,34-44) o desocupada (cf. Mt 20,3). Su mirada no estaba
dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves
del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda
la creación.
Jesús nos enseña a ser
misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del buen samaritano
(cf. Lc 10,29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de
los semejantes: «lo vio y pasó de largo» (cf. Lc 6,31.32). De la misma manera,
mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos,
a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos,
ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan,
comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones.
La misericordia es el
corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se
reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate
fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus
creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los
extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso
los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto
depende nuestro destino eterno.
Por eso «es determinante
para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie
en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir
misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a
reencontrar el camino de vuelta al Padre.
La primera verdad de la
Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don
de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde
la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En
nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en
fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un
oasis de misericordia».
La solidaridad constituye
la actitud moral y social que mejor responde a la toma de conciencia de las
heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia…
La solidaridad como
virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el
compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y
formativas #6.
En primer lugar me
dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e
imprescindible
Los educadores y los
formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación
infantil y juvenil.
Cada uno puede vencer la
indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas
prácticas en el camino hacia una sociedad más humana #7.
Hay muchas
organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia,
y fuera de ella…
a los que se baten en
defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y
religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como
de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad.
Los Estados están
llamados también a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las
personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los
desempleados y los enfermos #8.
Respecto a los
emigrantes, quisiera dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre
los emigrantes, para que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el
respeto de los recíprocos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la
integración de los emigrantes.
Deseo, además, en este
Año jubilar, formular un llamamiento urgente a los responsables de los Estados
para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren
por la falta de trabajo, tierra y techo.
…quisiera invitar a
realizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los
enfermos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los
medicamentos indispensables para la vida.
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